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Mensaje por Princesa Nala Vie Jun 29, 2012 7:25 am

En el medio del campo, en un nido hecho
de barro y paja -un poco más grande que el del hornero- nació una noche
RAMON. Su papá, con troncos y ramas de sauce, le preparó el primer
regalito: Una cuna de sol y alegría, que su mamá entibió con un gran
manto tejido por ella, en las noches de lluvia.

Y RAMON fue creciendo, creciendo feliz.
Acunado por los grillos y los pájaros que se arrimaban curiosos al
patio; al patio GRANDE COMO EL CIELO donde la brisa se olvidaba entre
los árboles, formando un enorme abanico de susurros y secretos en la
fresca inocencia de todo el campo abierto. Una mañana muy temprano,
Ramón salió a caminar.

Nadie lo
vio, porque estaban dormidos. La música del amanecer lo ayudó a hacer
caminitos entre las ramas y el rocío que todavía brillaba sobre las
hojas. Y así, fue despertando el monte con su andar. Le gustaba caminar;
caminar lentamente sobre la alfombra húmeda de los pastos, donde las
ranitas y las lagartijas se asomaban curiosas para saludarlo y luego se
escondían haciendo cruak-cruak entre las hojas mojadas.

De pronto, un conejo que estaba
escondido detrás de un matorral, quiso escapar asustado al oír sus
pasos. Pero RAMON lo vio y corrió tras él. Quería tenerlo un momento en
sus manos para acariciarlo. Pero el conejo era rápido y hermoso. Tenía
las orejas muy largas y manchas rojas sobre el cuerpo blanco. Y RAMON
quería alcanzar ese copo de nieve que se perdía entre las flores y
volvía a aparecer.

Desde la copa de un árbol, una lechuza
traviesa lo chistaba CUS, CUS, CUS. Y un terito muy elegante que se
paseaba por allí levantó vuelo mientras gritaba TERU, TERU, TERU, para
que todos los animalitos salieran a saludar a RAMON, que esa mañana
había venido a visitarlos.

Una perdiz se acurrucó asustada entre
los pastos, porque era muy miedosa y no sabía muy bien lo que pasaba. Y
la señora Tortuga que llevaba puesta una hermosa caparazón con pintitas
rojas, verdes y amarillas y un sombrero negro en la cabeza, fue
sorprendida justo en el momento de su desayuno. Se detuvo un momento a
observar lo que pasaba, mientras terminaba de comer la margarita azul
que casi pierde en el apuro.

Luego, con toda elegancia se tiró al
charco, para observar con más tranquilidad lo que pasaba. RAMON seguía
corriendo, corriendo detrás del conejito hasta que no lo vio más.
Seguramente se habría escondido en su cueva. Ya no lo podría encontrar.
Entonces se sentó a descansar mientras reía de contento. Los macachines
amarillos se apretaron para dejarle lugar.

Y RAMON dejó pasar el tiempo mientras
acariciaba las flores y escuchaba el canto de los pájaros que buscaban
sus nidos para darle de comer a sus pichones, que esperaban ansiosos con
los piquitos abiertos: …Tenían hambre. Y así mucho tiempo, sin que él
lo notara.

Estaba distraído observando todo lo que
pasaba en el campo. Entonces, recién entonces se dio cuenta de que el
señor Sol ya no estaba sobre su cabeza. Era muy tarde -pensó- debía
volver pronto a su casa. Sí, quería volver con su mamita, enseguida. Se
paró y miró para todos lados.

Entonces, comprendió muy asustado que
estaba perdido. Sí, se había alejado demasiado y ya no veía su casa.
¡ESTABA PERDIDO EN EL MEDIO DEL MONTE! ¿Cómo iba a volver? Empezó a
moverse por todos lados, pero cada vez se perdía más y más. Vio que el
bosque se iba espesando; los árboles cada vez estaban más juntos y él ya
no podía REGRESAR.

Asustado, se puso a llorar, a llorar de
frío, de hambre, a llorar de MIEDO. ¡Las lágrimas azules corrían por sus
mejillas! Se había perdido y estaba solito, ¡SOLITO! y muy lejos de su
casa, ¿Que iba a hacer?… Ya había pasado un rato y RAMON seguía
llorando, cuando entre tantos animales silvestres apareció una gallina.
¿Una gallina? Creyó que estaba soñando. Cacareaba alegremente: PI, PI,
PI; aunque parecía enferma, porque tenía muy pocas plumas.

Pero él la reconoció enseguida. ¡ERA SU
PICARONA! Su querida PICARONA. Que hacía mucho se le había perdido y
ahora la encontraba. Pero, ¿Como harían para volver si ninguno de los
dos conocía el camino? El animalito se acercó lentamente, le picó el
talón y como invitándolo a seguirla empezó a caminar delante de él.

Y RAMON la siguió, la siguió. Por
momentos no la veía, iba muy rápido, se perdía entre los pastos; luego
aparecía y el corría lloroso detrás de ella. Era su amiga, su buena
amiga que lo fue sacando del monte. Anduvo mucho, mucho y ya estaba casi
oscuro, cuando Ramón reconoció el lugar.

Estaban cerca de su casa y ya se oía el
llamado ansioso: ¡RAMON! ¡RAMON!…era la voz de su mamá. Contento levantó
a su gallinita, y acurrucándola entre sus brazos corrió por el caminito
hasta donde estaban sus padres. Con gran alegría trataba de contarles
todo lo que le había pasado.

Ellos se alegraron mucho cuando lo vieron.

-¡Hijo, hijo querido! Dónde has estado.
Te hemos buscado todo el día-. Decía su madre llorando. Ahora lloraba de
felicidad. Porque su nene estaba de nuevo en casa.

-Me perdí, y no podía volver, porque no sabía el camino- respondió RAMON

-No debes alejarte tanto de la casa -dijo el padre-.

Y mirando a la Gallina le ordenó:

-¡Suelta ese animal! ¡Está enfermo!

-¡Sí -dijo la mamá- déjala ir!

-No mamita, ¡NO!, es mi amiga -decía
RAMON mientras entraba corriendo a la casa apretando la PICARONA para
que no se la quitara-.

- Ella es mi amiga y me enseñó el camino; si no, yo no hubiese podido volver- repetía el niño.

-No, hijo, ¡no! el que te ayudó a volver fue el ángel de la guarda- dijo su madre.

-¿Quién es el ángel de la guarda, mamita?

-Un ángel muy bueno, que siempre ayuda a los niños cuando están en peligro- contestó la señora.

-¡No mamita, no!, me trajo la gallinita- repetía el hijo.

-¡Esa gallinita está enferma! -Intervino
el padre-, tendremos que matarla porque de lo contrario va a contagiar a
las demás. RAMON asustado, ¡no podía creerlo! ¡Querían matar a su
gallinita! Salió corriendo y en el patio soltó al animal que desapareció
en pocos minutos.

-¿Por qué la dejaste escapar, hijo?- Preguntó la mamá.

-¡Porque es muy buena, mamita, muy buena! Ella me trajo de vuelta. Yo estaba solito en el bosque cuando me encontró.

-Bueno, bueno, está bien; vamos a
curarla entonces- dijo el padre. Y todos salieron al patio a buscar al
animal. Pero, por más que la buscaron y buscaron, no la pudieron
encontrar. La señora gallina había desaparecido. RAMON estaba triste
porque sus mayores no comprendían que la Picarona era su amiga. Lo había
salvado de dormir solo en el bosque. Si no fuera por ella no hubiera
podido volver, y no estaría ahora durmiendo calentito en su casa.
Pasaron los días y nadie se acordaba de su Picarona.

¿Dónde estaría ahora? Se preguntaba
RAMON. Así llegó el día de Reyes. A la tardecita preparó un tarro con
agua fresca y un montón de hojas verdes y flores para que comieran los
camellos. Seguro de que llegaban con hambre y sed. Luego dejó todo junto
a sus zapatillas en el patio, al lado de la puerta Había llovido mucho
en esos días, pero su mamá le dijo que vendrían igual, a pesar del
barro. Entonces le contó que podían bajar por una escalerita finita de
oro, con los tres camellos y las bolsas de juguetes, despacito,
despacito, despacito, uno detrás del otro, justo hasta donde él había
dejado la comida para los camellos.

Esa noche se acostó muy temprano y rezó
mucho, mucho, pidiéndole a la Virgencita y al Niño Dios que los ayudara a
llegar. Y le trajeran su Picarona sana y alegre. Por fin, se durmió. A
la mañana siguiente se levantó antes de que saliera el sol. Estaba
apurado por saber si le habían traído lo que él les había pedido:

¡Su Picarona! Cuando salió al patio, su
alegría no tenía límites. ¡Los REYES LA HABIAN ENCONTRADO! Y ahora
estaba allí, junto a sus zapatillas, rodeada de un montón de capullitos
amarillos que parecían flores de margaritas que se movían y picoteaban
el pasto que él había cortado para los camellos.

¡Su linda Picarona! Sana y con un montón
de pollitos que caminaban inquietos a su alrededor. La alegría no lo
dejaba hablar. Miró a sus padres y los vio contentos, entonces abrazó
feliz a su gallina. Nunca más volvería a perderla. Los Reyes se la
habían devuelto con una cantidad de pichoncitos, que no la dejarían
escapar. Miró al cielo para agradecerles y vio cómo los Reyes Magos,
Melchor, Gaspar y Baltasar, se perdían allá arriba, detrás de una nube
grandota. Mientras su Picarona le picaba los dedos para que la soltara.

Fin
Princesa Nala
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Leona Fiel
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Femenino Tauro Cabra
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Fecha de inscripción : 28/03/2012
¿Cómo estas? : alegreeeeeeeeeeeeee¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
¿En donde te encuentras? : con mi hermanito Mheetu
Hobbie : dibujar y leer

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